Anoche, mientras intentaba dormir y mi ojos miraban fijamente la oscuridad, no pude evitar sentir ese vacio dentro de mi que acude de vez en cuando, visitándome. Me puse a pensar y creo que ese fue mi gran error. Empecé a preguntarme a mi misma cosas que hacia tiempo había enterrado. Que creí enterradas. Mire al espejo de mi vida y como siempre que sucede, me sentí pequeña, ridículamente diminuta.
Y siento tristeza al darme cuenta de que sigo sin confiar en mi misma, sigo esperando, incluso ridículamente ansiando mi fracaso. Todavía espero quedarme a las puertas de mi ilusión, espero sentir ese familiar sabor amargo de la decepción. Tan familiar y tan detestable.
Cuanto daño me hice y me sigo haciendo a mi misma. Debo dejar atrás a esa niña miedosa, humillada, que tanto sufrió. He viajado el recorrido de mi vida con ella a mi lado, imponiéndome pequeñas barrares que ella, incluso yo, no se sentía capaz de superar. Madurar. Llego el momento, la hora de madurar. Y da miedo, da miedo saber que debes afrontar un mundo que esta lleno de dolor, de felicidad, de respeto, de admiración... De tantas cosas. Un mundo que acojona como el mismísimo infierno.
